jueves, 25 de febrero de 2016

UN SIGLO DESPUÉS.


¿Que sabemos de su historia los vecin@s de Arcos de la frontera?. ¿que conocemos de el?.
NO deja de ser Anecdotista que en Arcos de la Frontera sus vecinos pasados sean protagonista de un trozo  de historia y pasemos de largo una y otra vez sin saber el significado del porque unas placas se situan en las puertas de las casas y que al día de hoy cumple un siglo de los sucesos.

Día dos de abril de 1915, ANTONIO MOLLE LAZO nace en Arcos de la Frontera, en una familia de tradición carlista. Estudió en el Colegio del Buen Pastor de los Hermanos de La Salle de Jerez de la Frontera, Trabajó primero como meritorio en la estación de ferrocarril de Jerez, de escribiente en una bodega luego y finalmente como taquillero en un cine junto con su padre. Joven devota-mente católico, en 1931 se afilió a las Juventudes Tradicionalistas. Activo propagandista, en mayo de 1936 fue detenido y pasó mes y medio en la cárcel.




En el rincón de la Calle Bóvedas numero 4 luce esta placa conmemorativa del lugar de nacimiento de ANTONIO MOLLE LAZO con el consiguiente texto:
   
"Requete (Cuerpo de voluntarios  que lucharon en las guerras civiles españolas en defensa de la tradición religiosa y monárquica Carlistas) Del Tercio De Nuestra Señora de la Merced de Jerez de la Frontera. Murió Gloriosamente Por Dios y Por España, en PeñaFlor, Sevilla.

Al estallar la guerra civil española se alisto como voluntario con sus hermanos al Comandante Arizón , fueron sorprendidos por un ataque rápido de unos dos mil milicianos republicanos, que trataban de conquistar el municipio. Durante el pequeño combate que se desarrolló en el pueblo y cuando sus compañeros se replegaban, Molle fue apresado al quedar rezagado por tratar de ayudar a una señora. Desarmado, murió a manos de los milicianos,«brutalmente linchado y salvajemente mutilado»











EL SACRIFICIO.

Un testigo relato lo acontecido:

«Al cruzar por una ventana que daba vistas a la carretera pude ver que, a la cabeza de un enorme pelotón de marxistas, enfurecidos y dando voces como energúmenos, se destacaba una boina roja, impresionándome bastante por sospechar lo que después pude confirmar. Una vez en el jardincillo, donde me pusieron para fusilarme, los increpé, diciéndoles que sólo eran capaces de matar a hombres viniendo en piaras, pues lo demostraba que un solo requeté había necesitado ser cazado por un pelotón enorme, después de quedarse sin municiones».
Aquellos hombres estaban ebrios de odio y de venganza.
Uno decía:
«Vas a ver la muerte que damos a ese canalla».
Y otro:
«A ese chivatón no lo matamos aquí. Lo vamos a llevar a Palma del Río y allí, despacio, lo vamos a atormentar a nuestro gusto».
Cuando ya estaban apuntando con sus fusiles para acabar con el jefe de la estación, como movidos por un resorte le abandonaron, para unirse al grupo que escarnecía a Antonio Molle. Le rodeaban en siniestro corro en medio de la carretera, enfrente mismo de la estación, y no paraban en sus blasfemias y vituperios. Con intención de acobardarlo, gritaban al rostro de Molle: «¡Muera España! ¡Viva Rusia!». Pero él respondía a cada provocación: «¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!». Las burlas y las blasfemias continuaban. sin poder domeñar el ánimo de aquel joven esforzado. Se les ocurrió entonces la idea de lograr que Antonio apostatara de su fe a fuerza de tormentos. Quisieron obligarle a decir: «¡Viva el comunismo!». Y respondía él con fuerza sobrehumana: «¡Viva Cristo Rey!». Y uno le cortó la oreja. Volvían a insistir en que pronunciara una blasfemia. El mártir, invicto, seguía dando vivas a Cristo Rey y a España. ¿Cómo iba a blasfemar Antonio, él, que tanto horror tenía por las blasfemias? Los verdugos multiplicaban sus ofensas contra aquel joven desarmado que estaba a su merced. Le cortaron la otra oreja, le vaciaron un ojo, le hundieran el otro de un brutal puñetazo, le llevaron parte de la nariz de un tajo feroz. Antonio iba resistiendo con heroica firmeza. Su sangre corría copiosa. Sus dolores debían ser horribles. De vez en cuando se le oía decir: «¡Ay, Dios mío!», y Dios le daba de nuevo valor para resistir aquella cruenta pasión y exclamaba con renovados bríos: «¡Viva Cristo Rey!».
También el doctor Joaquín Suárez, médico de Peñaflor, testificó corroborando lo manifestado por el jefe de la estación. Parecía imposible que un cuerpo tan maltratado, sangrante y mutilado, tuviera arrestos suficientes para seguir dando pruebas de aquella sobrehumana fortaleza.
Al fin uno gritó: «¡Apartarse... que voy a disparar!». Quedó nuestro Antonio solo, todo él empapado en sangre. Comprendió que llegaba su hora gloriosa, la de dar la vida por Dios y por la Patria. Extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz y gritó con voz clara y potentísima: «¡Viva Cristo Rey!». Sonó la descarga que le abriría las puertas del cielo, y su cuerpo agonizante cayó pesadamente a tierra, con los brazos en cruz. Al ver los sicarios que aún respiraba, quisieron rematarle. Lo impidió uno: «No arrematarle... Dejadlo que sufra...».



Sus restos descansan en la iglesia de los PP. Carmelitas Calzados, de Jerez de la Frontera. Su mausoleo está en una capilla presidida por Cristo Rey, Nuestra Señora de las tres Avemarías y la cruz sobre su tumba. Digamos que la firmeza cristiana de Antonio Molle procedía de su amor a la Santísima Virgen.   







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